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El desarrollo sostenible tiene como uno de sus objetivos la reducción de las desigualdades, es decir, la promoción del desarrollo económico dentro de un marco de inclusión social. ¿Cómo garantizar el cumplimiento de este objetivo?
Hace ya más de 6 décadas Simon Kuznets, Premio Nobel de Economía, presentó sus reflexiones acerca de la relación entre crecimiento económico y la distribución del ingreso. A pesar de cierta cautela, que él mismo advirtiera, la curva de Kuznets se erigió, desde 1955, en un instrumento de análisis clave durante todo el proceso de desarrollo económico mundial de la segunda mitad del siglo pasado. Pero lo que dicha curva indicaba, esto es, que la desigualdad, inevitable en época de crecimiento, desaparece cuando éste es lo suficientemente alto empezó a contrastar con el continuo incremento de la disparidad de los ingresos en prácticamente todas las naciones desarrolladas a partir de finales de la década de los 70.
Cambios estructurales en el diseño económico
Es más, en muchos de los países más ricos (OCDE), la desigualdad no solo se ha acentuado sino que sigue en aumento. Con el deseo de frenar dicha tendencia son muchas las voces que reclaman cambios estructurales en el diseño económico –políticas e instituciones– que conlleven un viraje de la redistribución de los ingresos a la redistribución de las fuentes de creación de riqueza y/o de los derechos sobre los recursos, sabiendo además que éstos son finitos.
Ello repercutiría de forma ostensible en calidad de vida, donde el nivel de ingresos es un factor decisivo. Pero, como ya hemos comentado, un indicador de promedios no muestra de forma certera cuál es el nivel de bienestar de cada uno de los individuos que forman una nación. Siendo absolutamente necesario identificar dichas variaciones debemos entonces recurrir a nuevos indicadores, más allá del mero cálculo del PIB per cápita.
Índice de Desarrollo Humano
El Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas lleva trabajando muchos años con el Índice de Desarrollo Humano (IDH) que, de forma holística, intenta abarcar aquellos aspectos que empoderan a las personas, permitiéndoles fortalecer sus capacidades. Así, dicho índice añade al ingreso per cápita otras dimensiones básicas del bienestar, como son la educación y la salud.
En el análisis de los distintos indicadores por países podemos extraer dos casuísticas muy reveladoras:
– Países con un ingreso per cápita relativamente bajo aunque bien posicionados en el IDH gracias a sus logros en salud y educación. Es decir, gobiernos que han sabido convertir los ingresos en mejoras de las condiciones de vida de un amplio porcentaje de sus ciudadanos.
– Países con un alto nivel de ingresos per cápita pero sin mostrar buenos resultados globales en salud y educación. En otras palabras, estados que no han transformado sus ganancias en beneficios reales para la sociedad en su conjunto.
Considerando la finitud de los recursos en el contexto expuesto ¿hasta qué punto el desarrollo sostenible requiere una redistribución de la riqueza o de los derechos sobre dichos recursos?
Redistribución pública: salud, educación y bienes
Volviendo a la curva de Kuznets, la realidad es que ésta medía un momento histórico muy particular, el tiempo de preguerra y de posguerra en el Reino Unido, los EE.UU. y Alemania. Una época donde los gobiernos de dichos países invierten intensivamente en la redistribución pública: salud, educación y bienes. Así que fueron la guerra y el gasto público los que realmente inclinaron dicha curva hacia abajo. Es decir, no fueron las dinámicas del mercado las que lograron que la desigualdad disminuyera.
¿Podemos aprovechar, pues, este momento de crisis global para empezar a rediseñar estructuras y políticas económicas, estableciendo a su vez nuevas relaciones institucionales que favorezcan el desarrollo y la prosperidad inclusiva? Creo firmemente en que todos los que trabajamos en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) vamos a saber aprovechar esta oportunidad para remover los cimientos actuales en pos del éxito de la Agenda 2030.
No olvidemos también que el ODS 17 nos invita a diseñar nuevas métricas que complementen las tradicionales, facilitando los instrumentos necesarios para garantizar el cumplimiento sistémico de dicha agenda.
Si el Estado tiene un impacto positivo invirtiendo… sin tocar las libertades, ¡pues bien! Pero como eso no es así es preferible que el Estado nos deje en paz, aunque sea pobres, que tampoco tiene porqué ser así. Véase la miseria de países estatalistas: Cuba, Venezuela, etc.